Compartir por el simple placer de compartir

El compartir es un acto que no sólo habla bien de nosotros, sino que nos hace más humanos. No hay dudas de que en momentos de crisis, a veces sin darse cuenta, se desarrolla una mayor responsabilidad social. La educación que se les brinda a los hijos también debe incluir nuevas lecciones de responsabilidad.

Un niño debe aprender desde pequeño que compartir con los demás no es sólo un acto de generosidad, sino también algo divertido y que da satisfacción y alegría.

Claro ejemplo tenemos el de la fiesta o una celebración de cumpleaños, en la que invitamos a los amigos a celebrar con nosotros y ofrecemos muchas cosas. También constituye un acto social de cordialidad que nos ayudará a desarrollar una personalidad más gregaria y generosa.

Los amigos son en la mayoría de los casos una prolongación de la familia y en otros muchos son algo más que la familia. Por ello es con quienes tenemos más opciones de compartir, porque sabemos cuales son las necesidades por las que pasan, sin embargo no nos hace inmunes a los problemas sociales en los cuales podemos mostrar nuestro lado más sensible y podemos compartir con los que más lo necesitan.

Si bien es cierto que es loable, apropiado y noble compartir cosas físicas con los demás, no menos importante es compartir el conocimiento, las buenas noticias, la alegría, el optimismo.

Para compartir todo momento y oportunidad son buenos. Nuestra vida, como los valores que la rigen, tiene una condición existencial bipolar. Así, de forma constante tenemos frente al nacer, el morir; al bien, el mal; a la alegría, la tristeza; al éxito, el fracaso; a la riqueza, la pobreza; al egoísmo la generosidad.

La condición vivencial de compartir lo bueno nos aporta sentimientos de realización, de plenitud y solidaridad humanas. Cuando compartimos la tristeza, la desesperanza o el dolor, igualmente sentimos que la carga se hace menos pesada, más llevadera y que no estamos solos.

No es acertado pensar que lo positivo del compartir lo es únicamente cuando se trate de algo físico, porque para la mayoría de las personas, es más difícil solicitar ayuda o consejo para sus problemas espirituales, que requerir cosas materiales.

Es que un pedazo de pan no es difícil compartirlo, porque cualquiera puede darlo sin mucho problema; pero para oír con respeto, interés e intención de ayuda, se requiere sentir que la solidaridad no es una opción sino una obligación, porque todos somos… uno.

El pan se come y a las pocas horas nuevamente se tiene hambre. La sensación de que no estamos solos y que alguien comparte nuestras inquietudes y preocupaciones, nos acompaña por mucho tiempo, y a veces por siempre.

Al compartir, independientemente de la naturaleza de lo que se comparte, crecemos espiritualmente y nos hacemos la existencia más agradable.

 

Originalmente publicado por Salmón Corp, «Compartir por el simple placer de compartir»

Imagen sacada de Sobre Conceptos

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